¿Qué pretende este blog?


Mi blog pretende realizar una crítica, lo más completa posible, de los principales hoteles europeos, así como proporcionar instrucciones y usos de protocolo y buenas maneras tanto a los profesionales del sector como a los huéspedes de los establecimientos. Como se observa, todo está basado en la independencia que me caracteriza, no perteneciendo a ninguna empresa relacionada con este mundo. Soy un consultor independiente. Personalmente he visitado cada uno de los locales de los que hablo en este blog.
Es mi capricho, del que llevo disfrutando varios años y quiero poner mis conocimientos y opiniones a disposición de todo aquel que quiera leerlos.
La idea surgió al no encontrar nada en la red - ni siquiera en inglés - sobre auténticas críticas de hoteles, al margen de comentarios de clientes enfadados que "cuelgan" sus quejas en distintas webs como un simple "derecho al pataleo" sin intento alguno de asesorar, construir o mejorar.
Muchas gracias por vuestra atención y colaboración.

lunes, 21 de febrero de 2011

Las estrellas de un hotel



Está muy generalizada la idea de medir la categoría de un hotel por su número de estrellas. Incluso, a muchos, se les llena la boca con los estrambotes de las mismas. Por ejemplo, 4 estrellas "Superior" o 5 estrellas "Lujo o Gran Lujo". No voy a hablar, por vergüenza, de esos cursis que hablan de hoteles de 6 o 7 estrellas como el Burj Al Arab de Dubai u otras ciudades de Oriente Medio. Seguro que algún nuevo rico tipo Don Turbante Petrodolar ya está pensando en alguno de 9 o de 11. Como dicen los murcianos "¡Acho! A cuantah má, mejor".

Ciertamente, no podemos negar que las estrellas nos confieren una catalogación común (más o menos) sobre servicios e instalaciones de un hotel en cualquier parte del mundo. Pero quien esté leyendo este texto pensará que no es del todo cierto. Un hotel de tres estrellas en Amsterdam no suele tener nada que ver con uno de la misma categoría en España. O sí. No sé. De verdad, no aconsejo a nadie optar por un hotel mirando exclusivamente el número de estrellas del mismo.

Los nuevos ricos sólo miran el dinero y antes de elegir se hacen esta pregunta: ¿Cuál es el que más cuartos vale? Sigue siendo murciano nuestro ejemplo. "Pues, el menos barato es el Cala di Volpe. ¡Eh lujosísimo, tiene 5 estrellas gran lujo, la órdiga! Está por la isla esa de Cerdeña, en un puerto que se llama Ciervo o argo asín". Con todo, ese personaje y su acompañante, después de haber decidido siguiendo esas directrices penosas, se plantan en Porto Cervo en la Costa Smeralda a pasar una semana. Luego regresan a Totana echando pestes del mismo porque, seamos sinceros, este tipo de personas probablemente no sepan disfrutar de los servicios de un hotel como el que hablamos y no es intención mía ser clasista ni minusvalorar a nadie. Y menos a un murciano.

Los ruines o mezquinos se pasan por el lado contrario. Si existiera algún hotel con estrellas "negativas", procederían a su reserva inmediatamente. Estos casos suelen darse a menudo entre los madrileños.
-Oye, Cuqui. Mira a ver si encuentras en Venecia un hotel de dos estrellas a lo sumo. De esos que por 38 euros te dan el desayuno-. ¡Pero hija! -responde él- a ver si vamos a tener que compartir hasta el baño con los de la habitación de enfrente.
"¡Pues sí, he encontrado uno en "e-nightmare" por 40 euros la noche con desayuno! Está situado en la zona nueva de la ciudad (eso suele ser siempre cerca del aeropuerto) y sólo tiene 47 críticas negativas de 105 en Tripadvisor. Es prepago pero lo reservo no vaya a ser que se acabe la oferta."
Pobres chicos. No saben lo que les espera.
Por todo, merece la pena detenerse un poco más a la hora de elegir.
Yo no soy perfecto -lo habrá notado cualquiera que haya leído un par o tres entradas de mi blog- y en algunas ocasiones, hace ya algún tiempo, optaba por acudir a esas macro-agencias de viajes a pedir asesoramiento sobre hoteles en el destino por el que había optado. Rápidamente me pude percatar que la chica o chico que me atendía sólo se guiaba por el criterio de número de estrellas de los hoteles y, alguno que rozaba el "summun" de la cordura, también utilizaba criterios de distancia desde el centro de la ciudad. Pero nada más. Como si de autómatas se tratara, sólo le ponían voz a la pantalla de su ordenador.
"Pues sí, he encontrado un hotel de cuatro estrellas con desayuno incluido muy cerca de la plaza Dam". Cualquier persona que conozca mínimamente la capital holandesa, o haya leído algún artículo de la Conde Nast sabrá que el peor lugar de la capital holandesa para buscar alojamiento es ese. Aparte del bullicio, te puede perfectamente tocar un hotel en pleno Barrio Rojo donde las luces de neón no te permitan pegar ojo en toda la noche. Las luces de neón o los gritos de los borrachos.
Creo que ya lo he dicho anteriormente pero recuerdo que hace unos siete años pregunté en una agencia de viajes sobre alguno a la Costa Amalfitana y me respondieron que en dónde estaba eso. Les aseguro que no era Viajes Blas.

Para acabar este texto con un mensaje más constructivo, déjenme proponerles unas reglas elementales para tener en cuenta antes de proceder a la reserva de un hotel.

1. No te guíes sólo por el número de estrellas de un hotel.

2. Primero localiza los grandes hoteles de lujo de la ciudad a la que quieres visitar.

3. Una vez localizados, investiga la zona en la que están situados. Este criterio suele ser muy objetivo. Casi siempre están en las mejores zonas de la ciudad.

4. Consulta su precio, a veces te sorprenderán. Vale. Lo reconozco. Lo normal será que te sorprendan por lo caro pero, a veces, uno encuentra un chollo. Y no hace falta que sea por Trivago (a veces Tripago). No olvidemos que la competencia es atroz a todos los niveles.

5. Si no podemos optar a ninguno, empezaremos a mirar por criterio de cercanía a esos hoteles, otros, usando una herramienta muy recomendable como Google Maps y las propias webs de los hoteles. Al final, en la mayoría de ocasiones, encontraremos alguno que se adapte a nuestro presupuesto. Y dará igual que el hotel tenga tres que cuatro o cinco estrellas. Al menos, nos habremos asegurado, no acabar estrellados.

martes, 15 de febrero de 2011

"El hotel sólo lo uso para dormir"; síndrome del turista culoinquieto

Es, probablemente, la frase que más veces he oído a conocidos, parientes y amigos a la hora de hablar de hoteles.  Al final, siempre acaba la conversación con un "El hotel sólo lo uso para dormir".
Pues no, rotundamente no. Salvo que se sea un insaciable mochilero universitario o un corral de solteras empedernidas despidiendo de la misma a una amiga, o -como dicen los cursis- un "single" viajando por el sudeste de la India, el hotel se usa para algunas cosas más que dormir. Se usa para descansar, para relajarse, para tener detalles con tu pareja, para refugiarse de la lluvia o la nieve o el calor intenso en caso de que nos visite durante nuestro viaje, para divertirse, para recrearse, para alimentarse, para asearse.

Lo siento pero detesto viajar con esas personas que abandonan el hotel a las ocho de la mañana y no regresan al mismo hasta bien entrada la noche. Es como si tuvieran un petardo en el trasero que les impidiera parar en todo el día. En definitiva -es mi opinión- no deja de ser un ansia ambiciosa por conocer, ver y recorrer cualquier ambiente del destino que visitamos. Si al final del mismo no han conseguido ver las ciento cincuenta mil cosas que llevaban apuntadas, no se quedan satisfechos. Es el síndrome del turista culoinquieto. Llegan de madrugada al hotel como si vinieran de la guerra, gastan cantidades ingentes de Trombocid para desinflamar sus maltrechas piernas y las escoceduras en pies y entrepiernas son parecidas a las de un caminante a Santiago de Compostela subiendo un duro puerto. Y sólo han estado de visita por París. Además, la mayoría, desaprovecha el tiempo puesto que -salvo que se sea un superhombre- no hay humano que lleve este ritmo más de tres días seguidos. Y si lo hay, tiene el síndrome mencionado anteriormente.

En mi caso -y perdón por hablar de mí-,  los viajes, los tomo de otra manera -ni mejor ni peor- mucho más relajada. Suelo levantarme a las ocho de la mañana (no a las cinco para ser de los primeros en la cola para visitar la Torre Eiffel), intento desayunar con calma y reposo antes de emprender cualquier visita. Son mis vacaciones; no suelo viajar por trabajo; para las prisas y el estrés ya tengo mis días laborables.
Pues bien, una vez fijada la ruta, no soporto -salvo en algunas ocasiones puntuales- andar sin rumbo, mi acompañante y yo emprendemos viaje a paso firme y rápido. Intento evitar -en la medida de lo posible- una de las grandes miserias del ser humano, las colas. A media mañana, paramos para un café en algún lugar que merezca la pena de la ciudad y, no más tarde de la una almorzamos, casi siempre en un restaurante elegido con anterioridad y reservado a través del Concierge del hotel. A las tres ya solemos estar de vuelta en el hotel para reposar y tomar fuerzas para la tarde. Después de una reparadora siesta, si el hotel dispone de ella, nos relajamos en su piscina. No más de las seis de la tarde -no soy bebedor de té- volvemos a emprender rumbo de visitas. Eso sí, a las ocho ya estamos cenando en el restaurante elegido de la misma forma que el almuerzo. Una vez de vuelta en el hotel, tomamos una copa en su bar disfrutando de una amena tertulia y, a ser posible, de un piano. Por último, nos retiramos a dormir a nuestra alcoba. Lógicamente el plan está sujeto a cambios según sea la estación del año, el lugar o el tipo de hotel o resort. O lo que -con perdón- me de la gana.

Pido excusas por contar ciertas intimidades pero "El hotel sólo se usa para dormir" es una frase que, con lo anterior, acabo de derrumbar. Anímese, amigo lector, si posee usted la patología del culoinquieto, a tomarse sus viajes de placer con más serenidad, ya verá como, a su vuelta, se notará verdaderamente descansado. Y que nadie se sienta ofendido, por favor.

martes, 8 de febrero de 2011

Hotel Villa Magna. Madrid










Web

Hasta hace poco tiempo, el Hotel Villa Magna no ha terminado una web bien definida y completa en todos sus aspectos. Ahora, sí. Con un diseño y una estructura muy conforme con el estilo propio del hotel, esta web se caracteriza por su accesible y sencilla navegación, menús muy bien elegidos, fondos de tonalidades agradables, imágenes de alta calidad y orden, mucho orden. Muy accesible también la consulta de precios y disponibilidad de habitaciones, a través de "ihotelier" y se le da la relevancia merecida -en lo que a logos respecta- a la central de reservas a la que pertenece, The Leading Hotels of the World. A una web que, en el momento de la reinauguración del hotel, le puse muchas pegas -la lanzaron incompleta-, ahora no tengo nada regular que objetarle. Y han innovado en el diseño. Muy acertada la presentación en flash de folletos y cuadernos de viaje.



Fachada principal y entrada del hotel



Check-in

El hotel Villa Magna es, pese a quien le pese, el mejor hotel de Madrid y, sin duda, entre los tres mejores hoteles de ciudad de España. Mi acompañante y yo, llegamos esta vez en nuestro vehículo propio. En pleno  Barrio de Salamanca, en el Paseo de la Castellana (eso no es el Santiago Bernabeu sino cerca de Colón), sólo tienes que rodear la pequeña y preciosa fuente central de acceso y puedes parar el coche tranquilamente para el desembarco del equipaje. Automáticamente, dos mozos nos estaban esperando, uno para aparcar el vehículo dentro del parking, el otro para recoger las maletas.

El Villa Magna tiene un fallo, si es que lo podemos catalogar así. No tiene puerta giratoria. Pero en toda mi estancia, siempre un portero o dos, estaban atentos para abrirla, tanto al entrar como al salir.



Primer mostrador, Concierge; segundo, Recepción


La entrada al hotel es muy confortable y agradable. El mármol, perfectamente pulido y abrillantado te envuelve dándote una perfecta bienvenida. Las sonrisas del personal, también.
La recepción y el concierge se encuentran entrando a mano izquierda. Son dos mostradores, juntos pero con separación entre ellos. El de recepción es el más lejano. Presidida con belleza por una escultura de hierro  (no es la que aparece en la foto sino una detrás de los mostradores), de un artista que hoy me arrepiento no haber preguntado de quién se trataba, un recepcionista en prácticas nos recibió muy amablemente. Como suele suceder, y siempre comprendo tales situaciones cuando van acompañadas de educación como en el caso que nos ocupa, éste se percató que no era capaz aún de realizar un proceso de entrada entero y otra recepcionista con más experiencia fue quien nos hizo el check-in. Viene ahora el único inconveniente que tuvimos en el hotel.
Como siempre suelo hacer, tengo preparados Dni, tarjeta de crédito y -aunque no hace ninguna falta- tarjeta de afiliación a la cadena o central, en este caso Leaders Club. Tardaron en exceso en completar el proceso de entrada. Además, cosa que casi nunca hago, advertí mi petición de cama de matrimonio en recepción. La habitación que me tenían dispuesta era twin.
En este sentido tengo que decir que el error pudo estar en Leading Hotels. Aunque suelo siempre asesorar a esta Central en lo que considero oportuno, quiero afirmar que deben mejorar en un aspecto. A la hora de hacer la reserva por su página web, muchas habitaciones tienen descripción tal que así "twin or double bed". Y no me dejan especificar si una u otra. Ello da lugar a estas confusiones nada deseadas. La mejor manera de arreglarlo sería siempre, como sucede con la mayoría de hoteles de la misma Central, que quede siempre en la tarifa muy bien especificada el tipo de cama que desea el cliente. Y permítaseme que no acepte esa frase de hotel barato de "cama de matrimonio si hay disponibilidad". En la hostelería de lujo, la disponibilidad es simplemente la elección del cliente.

Siguiendo con el check-in, en ningún momento el recepcionista me dijo que tenía un "upgrade" por ser miembro de Leaders Club. Aunque imagino que sí, no sé si hubo tal acceso a la siguiente categoría de habitación pues, desde su reinauguración, era la primera vez que volvía al Villa Magna. Como soy muy educado, no dije nada. Los detalles de cortesía extra nunca deben ser demandados por el cliente, salvo que se quiera entrar en el farragoso terreno de la grosería.
Tampoco tuve ningún detalle ni regalo de cortesía y la carta de la dirección del hotel que se encontraba encima del escritorio al llegar a la habitación, tenía otro destinatario que no era yo. Aproveché para, automáticamente, dársela al botones que nos subió el equipaje. Me quedé sin carta de bienvenida, no recibí ninguna otra.

Habitación y Servicios del Hotel

Pero la habitación del hotel y sus servicios y amenidades, te hacen olvidar en un minuto, lo pasado en el check-in que, repito, no todo fue responsabilidad del hotel.
Con unas dimensiones más que considerables (advierto que yo reservé la habitación "magna") y unas tonalidades grises y cremas muy agradables y acogedoras, sólo puedo piropearla. La entrada comunicaba directamente a través de un pequeño pasillo con la alcoba. La cama, tamaño King, de gran confort y comodidad (colchón Flex, aunque parezca mentira) con sábanas de muy buen algodón  y varias almohadas. Un escritorio generoso de madera noble se situaba en la esquina con una silla. A su contrario, un sillón con amplio reposapies. Minibar inteligente pero muy bien cobijado, así como la caja fuerte -no me hizo falta estudiar para programarla-. Cortinas opacas en la gran ventana con vistas a Serrano que dotaban a la habitación de una casi total oscuridad. Mesillas de noche amplias con lámparas tradicionales y de punto de luz. Televisor "Magic Mirrow" de la firma "Ad Notam"; una amenity de las que gusta ver en los hoteles. Se trata de una televisión oculta en un espejo. Mis felicitaciones. Hasta la moqueta -que mis lectores saben lo que la detesto- parecía ofrecerse a que la pisaras con tranquilidad; lógicamente no lo hice.




Habitación


Por una puerta corredera te comunicabas con un fabuloso vestidor, lleno de compartimentos y armarios; y al otro lado se encontraba el maravilloso y luminoso cuarto de baño. Con toiletries tamaño extra de la firma francesa Blaise Mautin, de aroma exclusivo "Sierra", lavabo de dos pozas de travertino debajo de un amplísimo espejo con apliques muy originales, pocas veces he estado en un baño de hotel más encantador a la vez que práctico. El inodoro y el bidé estaban separados del resto. La bañera, amplia y con correcto chorro, tanto de techo como de mano. Espejo de aumento bien posicionado, albornoces y zapatillas de tallas grandes, todo absolutamente con el emblema del hotel. Hasta una báscula para pesarse de las que no engañan, cosa que seguro algún cliente encontrará de buen uso, porque lo que a mi respecta me parece absolutamente inútil; nunca se me ocurriría pesarme en un hotel cuando estoy descansando un par de días.



Baño


Pero lo que verdaderamente te deja prendado de la estancia en el Villa Magna son los detalles. Servicio excelente de limpieza de calzado con contenedor de madera. Te los devuelven con saco y  con hormas con el sello del hotel. Y nunca tan limpios los he visto. El periódico, no te lo dejan en una miserable bolsa de plástico transparente sino en una especial con el nombre del hotel. La carta de almohadas es completísima. Perfecta conexión wifi en todas las estancias del hotel. Cada vez que una camarera entraba a la habitación, reponía toiletries y toallas aunque aún no fuera el momento del turndown. Y en este, no puedo calificarlo de otra manera que perfecto; exactamente igual que comento en mi post anterior sobre este servicio.


Detalle del vestidor y televisión "Ad Notam"



Estancias del Hotel

El Villa Magna tiene varios ascensores por lo que resulta difícil tener que esperar para subir o bajar, algo que sucede a menudo en otros hoteles.


Detalle del pasillo. Magnífica decoración


En la planta principal se encuentra situado el "Lounge" absolutamente diáfano con cómodos sillones. Poblado de mármol y de obras de arte, quizá puedes tener la sensación de poca intimidad. Pero como ya saben, la intimidad, no sólo se consigue con paredes y puertas; la que confiere la amplitud de espacios también es recomendable.


Lounge



Posee una terraza que no probé porque no estábamos en temporada. El restaurante "Tse Yang", muy famoso, ya estaba antes de la remodelación, tampoco lo conocí. Es chino o cantonés, y no soy nada aficionado a este tipo de comida. En el "Magnum Bar", puedes deleitarte con cócteles muy bien presentados y con una asesoramiento de primera.


Tampoco probé el "Restaurante Villa Magma", dirigido, según me parece por el galardonado Eneko Atxa, situado también en la planta noble del hotel, debido a que -pueden entenderlo- es muy complicado estar en Madrid y no comer en muchos de los estupendos restaurantes de la ciudad. En este sentido, aunque me meto en terrenos en los que no soy nada experto, recomiendo "Le Cabrera", situado en la trasera del Supremo, muy cerca del hotel. Excelentes cócteles y muy buena comida.

Con un Health Club de la firma "Kiara Kare", sólo le falta una piscina de tratamientos. También posee un club de fitness que, los que me conocen lo saben, ni siquiera visité.

El servicio de conserjería, perteneciente, como no puede ser de otra manera a "Le Clefs d´Or", capitaneado por Ángel Masa, es muy amable y efectivo.

Algunas suites incluyen coche de cortesía durante la estancia, Maserati. Me parece que es el Quattroporte. Pero no soy un gran entendido.

En fin, no quiero extenderme en demasía. Absolutamente un servicio de diez y mis felicitaciones a los dueños. Una vez que la familia japonesa Shirayama vendió, aproximadamente a principios de milenio, el local al grupo portugués Queiroz Pereira, propietarios también del Four Seasons Ritz de Lisboa, el Villamagna emprendió en 2007 una gran reforma hasta mediados de 2009, ya sin la cobertura de Hyatt.

Check-out

La tardanza en la entrada se vio compensada con la rapidez de la salida. Con mucha amabilidad y premura nos prepararon la partida. Muy buena coordinación entre recepción, mozo, portero y aparcacoches. No tuvimos que esperar más de un minuto a que apareciera el vehículo. La factura estaba en orden y, ya camino de vuelta, mi acompañante y yo llegamos a la conclusión de que es difícil volver a Madrid y no hospedarse en el Hotel Villa Magna.

martes, 1 de febrero de 2011

Las llaves inteligentes. Segunda parte. Y última


La historia que voy a contar, les aseguro que me ha sucedido, a diferencia de otra que ya relaté anteriormente sobre "La Tía Paca y su hotel rural", que no deja de ser una ficción. Real, como la vida misma, pero ficción. Las llaves electrónicas, si no son bien gestionadas por el personal del hotel, pueden ser causa de la peor de las críticas que imagine sufrir un establecimiento hotelero. Miren lo ocurrido en un hotel de lujo de España, no daré más datos.

Sucedió que mi acompañante y yo, entramos contentísimos para pasar tres días de relax en el Hotel Plin. A la llegada, mientras el botones recogía el equipaje, en recepción nos recibían muy cordialmente con una copa de agua con menta. La 626, don Alfredo, me dice correctamente el muy bien uniformado recepcionista. Como es corriente en estos casos, nos hacen la entrega de las llaves (electrónicas lógicamente) y nos disponemos a subir al sexto piso. Les aseguro que no existe cosa más lenta en este mundo que un ascensor de hotel, sobre todo si el establecimiento sólo posee un único ejemplar. Seguro que muchos de ustedes están de acuerdo en esta afirmación.
Dio la casualidad, desafortunada, que se me olvidó indicar en la reserva que quería una habitación cerca de los elevadores. Reconozco que es una manía que tengo. Pero tiene su explicación. Si no dices nada, te envían a la habitación más recóndita del piso con la excusa barata de que es la más tranquila; cuando en realidad es la más ruidosa (la maquinaria del hotel suele estar cerca) y la que más tiempo lleva sin remodelar. Incluso, en algunos hoteles, te ves obligado a descansar por los pasillos, para tomar fuerza y continuar con tu ajetreado viaje a la alcoba. O lo que es peor, perderte cual laberinto por el océano ingente de indicaciones de flechitas mal puestas. Pues así sucedió en el hotel del que les hablo. Ya no me gustó el detalle de que nadie te acompañara a la habitación para indicarte lo principal de la misma, pero ya he dicho en otras ocasiones que se está perdiendo este servicio.

Bien, cual es mi sorpresa, que cuando voy a abrir la puerta, metiendo la llave por la ranura, no lograba conseguir abrirla. El color rojo no desaparecía del pequeño display y el verde se negaba a salir. Este es el momento, se lo aseguro, más terrorífico que puede sufrir un huésped de hotel, ni siquiera superable por la visualización obscena de una cucaracha. Absolutamente desamparado, tuve que ponerme de nuevo en camino, fijando la meta en recepción. Durante el mismo, sufrí algunas inclemencias como la larga espera a que el ascensor subiera al sexto piso y, por fin, en el mostrador, tuve que esperar a que atendieran a una señora gorda, rubia de bote, que estaba realizando su check-out y no parecía mostrarse muy de acuerdo con la factura. Una vez superada la obesa circunstancia accedí a dialogar con el único uniformado. No puedo entrar a mi habitación, le dije cortésmente al recepcionista. Él, pidiéndome disculpas, volvió a codificar la tarjeta y me la devolvió asegurándome que el problema estaba resuelto.

Con la motivación del que, por fin, se siente amparado y con la audacia del que cree haber resuelto el problema, puse de nuevo rumbo a la 626 donde mi acompañante me esperaba. El elevador recogía, piso por piso, huéspedes de esos que tienen que pedir crédito al banco para pagar el sobrepeso de equipaje en la facturación de su vuelo. Clientes pueblerinos que se meten en el ascensor cuando saben que va a subir y luego tendrán que bajar; en vez de esperarse y pillarlo de vuelta. El cansancio comenzaba a hacer mella en mi cuerpo. La larga caminata sin aire acondicionado por los pasillos del hotel se me hacía ardua. Al llegar otra vez a la puerta, en vez de recibir las felicitaciones de mi acompañante, me llevo una reprimenda parecida a ¡Cuánto has tardado, llevo aquí de pié un cuarto de hora! No pasa nada, contesto. Ya está resuelto. Sin embargo, metes de nuevo la llave por la endiablada ranura y el verde no aparece. La puerta sigue sin abrirse. Tu pareja intenta abrirla tachándote de inepto por no saber abrir una puerta pero, de inmediato, se percata que tampoco puede abrirla. Los nervios afloran. El problema se agrava y tu cuerpo cansado debe solucionar esta situación tan embarazosa. Sin entrar a los gritos que recibo de mi acompañante y a los recuerdos que hace a algunos parientes lejanos y no tan lejanos del recepcionista, le recomiendo que se siente en un sillón del hall de la planta. Me dice que en cuál pues este hotel no tiene tales asientos. Yo, por no hacerle sufrir más, le digo que voy corriendo de nuevo a recepción y que no tardo nada. Le pido un poco de agua que llevaba en un botellín y que estaba caliente, para poder tomar algunas fuerzas y -con perdón- cagándome en mi pena, vuelvo a emprender mi viaje al mostrador de recepción. El ascensor tardó menos minutos que en ocasiones anteriores pero justo en recepción, un señor enjuto y barbudo se quejaba de que sólo había consumido 4 ginebras del minibar y le habían cobrado 7. A saber si con cuatro ginebras encima puedes llegar a contar hasta siete.
Por tanto, una vez que el señor Tanqueray soluciona su problema de alcoholismo, el recepcionista me pregunta que qué deseo. Yo, un poco malhumorado pero sin perder la compostura, le contesto que darme una ducha, poner el aire acondicionado de mi habitación muy frío y descansar. Él se percata, por tanto, de que no he podido abrir y me vuelve a pedir la llave para codificarla. A ello, le contesto, que la codifique él con las orejas, si es posible, pero que, después de los 28 kilómetros que llevaba recorridos por los pasillos, me había percatado de que el problema no radicaba en la miserable codificadora sino en el maldito lector de la puerta de mi habitación. Pero él, erre que erre, continuaba empecinado en volver a codificarla. Soliviantado el desacuerdo porque me negué radicalmente a ello, llamó a un mozo para que me acompañara a la habitación e intentara abrirla. Al notar que la agonía se iba a prolongar y que iba a realizar otros ocho kilómetros en balde, opté por exhortar al recepcionista contumaz de que subiera sólo el mozo y que mientras, él, me fuera preparando las llaves de otra habitación. Llamé por teléfono a mi acompañante, creyendo que ya estaría tomando un vuelo de vuelta para que me perdonara por tal lamentable suceso. Cual fue mi sorpresa que aún se encontraba en el pasillo de la habitación, sentada en el suelo como una miserable bandeja de esas que depositan desordenadamente los clientes zafios con salsas a la vista en el plato. Le comuniqué que un mozo estaría en la puerta en unos diez minutos (eso era la duración normal del viaje sin mucho tráfico pues ya no era hora punta) intentando abrirla. Como no la iba a poder abrir, le aconsejé que se bajara con él a recepción para reunirnos, de nuevo, allí y emprender la ruta hacia nuestra nueva habitación que me estaba preparando el recepcionista contumaz. Así fue como ocurrió todo. Casi una hora después de realizar nuestro primer "check-in", entrábamos en nuestro ansiado cuarto a descansar. Sí, Macario, a descansar.

La dirección del hotel, por boca de su Relaciones Públicas, me pidió perdón por lo acaecido y tuvieron el detalle de invitarnos a un cóctel en su "lounge bar". Mucho nos reímos, saboreando el mojito, rememorando la hazaña de poder acceder a nuestra habitación.